Hoy
cumple tres años Chaia, nuestra perrita.
Ella
es dorada y clara. Cuando se acerca con su andar coqueto, su pelaje
semeja las espigas de trigo meciéndose en noviembre al compás de
las brisas pamperas; y sus negros ojos, tiernos, bailan y
resplandecen, como dos pequeños soles invertidos...
La
mejor inspiración de su "mamá humana", apenas la vio en
una foto en la que jugaba con sus "hermanitos", le evocó
de inmediato una leyenda andina, y así la eligió, y supo cómo se
llamaría: Chaia.
No
podría haber mejor nombre para ella.
La
leyenda, que varía según las regiones, narra la historia de una
bella jovencita india, Chaya, que se enamora perdidamente de
Pujllay (que en quechua significa "jugar, alegrarse").
En algunos lugares Pujllay aparece como un hijo de españoles,
a quien sus padres prohibieron acercarse a Chaya; mientras que
en otros es el "príncipe" de la tribu, un joven divertido,
pícaro y mujeriego.
Pujllay
no hace lugar al amor de Chaya; y ella, al comprobar que
su pasión no es correspondida, desconsolada se interna a llorar la
inmensa pena en los brazos de su otro amor: las montañas... Y
caminó tanto, llegó tan alto con su llanto vagabundo, que
finalmente se convirtió en nube, y sus amorosas lágrimas se
transmutaron en "fina lluvia".
A
partir de allí todos los años, en coincidencia con las fechas del
carnaval, se hace presente, del brazo de Quilla, la luna.
Mientras
tanto Pujllay, cuando supo que era el culpable del dolor de la
joven indiecita, sintió remordimiento y la buscó por toda la
montaña, infructuosamente. Al enterarse que ella "había
regresado" con la luna de febrero, volvió él también a la
tribu para encontrarla... Pero fue inútil.
Instigado
e incitado por la gente, se entregó al baile y la chicha, y
embriagado en exceso al tercer día finalmente muere.
Esta leyenda, al mismo tiempo que simboliza la renovación del ciclo de lluvias, que riega los valles, favoreciendo las cosechas y trayendo abundancia; introduce el amor, el dolor, la picardia y hasta la historia, dando un sustrato distinto y único al universal desborde de esta fiesta. El pueblo agradece a Chaya, y recibe a Pujllay, encarnado por un muñeco que año tras año vive esos tres días entre la algarabía de los circunstantes, y repite su búsqueda con profunda desesperación.
El resultado es siempre es el mismo: Pujllay finalmente cae derrotado por la chicha, y lo sorprende la muerte; entonces el pueblo lo entierra o lo quema, según las regiones. Punto final de éste tradicional acontecer.
Esta leyenda, al mismo tiempo que simboliza la renovación del ciclo de lluvias, que riega los valles, favoreciendo las cosechas y trayendo abundancia; introduce el amor, el dolor, la picardia y hasta la historia, dando un sustrato distinto y único al universal desborde de esta fiesta. El pueblo agradece a Chaya, y recibe a Pujllay, encarnado por un muñeco que año tras año vive esos tres días entre la algarabía de los circunstantes, y repite su búsqueda con profunda desesperación.
El resultado es siempre es el mismo: Pujllay finalmente cae derrotado por la chicha, y lo sorprende la muerte; entonces el pueblo lo entierra o lo quema, según las regiones. Punto final de éste tradicional acontecer.
Hasta
acá el mito de Chaya, que singulariza al "carnaval"
del norte argentino, cuya descripción sólo busca dar una idea de la
tradición que está en el origen del nombre; y de ninguna manera es
un intento de "interpretarlo" o analizarlo en profundidad.
Volvamos
a Chaia.
Para
el nombre de nuestra perrita cambiamos ligeramente la grafía,
intentando endulzar su sonoridad, y también despegar el vocablo de
otros significados, todos vinculados a este mito.
La
voz original quechua, Ch'aya, quiere decir, literalmente:
"agua de rocío"... Esa nube tierna en que se
transformó la indiecita atravesada por la pasión, no es cualquier
nube: es una nube de "fina lluvia".
Quien
conoce el Norte Argentino, y los Andes en general, sabe que en esas
latitudes el rocío no es igual al de otras regiones... Las nubes que
forma, sobre todo en las zonas de yungas, sobre los lagos y en los
mallines o valles de altura, son algo muy especial... Compañeras del
amanecer, le dan extraña vida con su corazón blanco, casi de
algodón, y sus bordes que se desvanecen de manera singular, como
esmerilados. Por momentos vagan tranquilas, previsibles, como
desperezándose; por momentos se deslizan errantes entre las
montañas, como sorprendidas y alertas. Algunas veces abrazan con
suavidad al cerro por su cintura, en rara cueca; otras cubren el
valle, adormiladas en una siesta que asoma como interminable...
Y
cuando parece que arraigaron, que se van a quedar por siempre... se
disipan como un espejismo, se esfuman, desaparecen.
Pero
permanecen... Sí, permanecen en el concierto de los perfumes nuevos
que convocaron en el aire; en los brillos temblequeantes de las
gotas, que nos guiñan desde las hojas reverdecidas; en la
profundidad ahora calma y firme de los pastizales; en las raíces de
todo... incluyendo las de nuestro asombro.
Esa
es Chaia: esa nubecita errante, dueña del rocío y fina en la
lluvia; mimosa a veces, esquiva otras, pero siempre dispuesta a la
alegría...
Hablar
de Chaia me resulta grato y raro al mismo tiempo, incómodo; y
hoy, en éste día, escribir sobre ella es como a pasar de una
leyenda a un misterio, de la incomodidad al asombro: el que rodea a
su presencia en nuestra casa desde hace tres años.
Es
que Chaia ha llenado nuestra existencia con preguntas nuevas,
con sensaciones y sentimientos desconocidos hasta antes de su
presencia.
Hace
un tiempo escribí:
¿Cuántas
orejas tiene Chaia?...
Dos,
cuando duerme y se desparraman sobre su cuchita, silenciosas...
Claramente
dos, cuando está comiendo y las acomoda al costado de su plato, como
dos manitas que tratan de evitar, infructuosamente, que se derrame su
festín.
Dos
cuando la alerta algún sonido, y entonces ellas se elevan, un poco,
apuntando al sitio del asombro, como haciendo un tunelcito en el aire
hacia allá...
También
dos cuando sacude y sacude sus juguetes, y va aplaudiendo con ellas
sus victoriosos movimientos.
Pero...
son centenares, ¡miles!, cuando corre a saludarme, y se desparrama
de orejas, cosquillea al patio con ellas, las que como gaviotas
chispeantes se desprenden alboratadas de su andar alegre.
Podría
agregar: ¿cuántas colas tiene Chaia?... Siendo que van desde
ninguna, cuando se asusta y la hace literalmente desaparecer entre
sus patitas traseras; hasta millares, cuando, haciendo un remolino,
juega con algún trapo o nos trae los objetos que le arrojamos; o
cuando haciendo un abanico de colas nos recibe después de algún
período de ausencia, o saluda a los visitantes que ya conoce...
Y
así: ¿cuántas narices, cuántas patas?... Por fin: ¿cuántos
corazones?...
También
escribí, en otro momento:
Yo
no sabía, que se podía dialogar con los duendes del aire con sólo
menear la nariz… y ya no estar sólo… Convocar así, quizás,
a esos aromas del rocío, esos rumores perfumados del amanecer
andino, y estarnos con ella en algún remoto
comienzo...
Ni
que los giros sobre uno mismo, las rondas cerradas, las vueltas en el
mismo sitio, podían hacer nido de la nada: pequeños cuchitriles,
cálidos aún en la destemplanza, o en la perturbación… Como
esa nube, como ella nube, que nos alienta a escalar frente al
desasosiego, con su cola al viento, al tiempo...
O
que el mirar de amor también se puede construir con esquivos y
sutiles pestañeos, con esos pequeños latidos de cejitas casi
inexistentes: que sueltan mariposas que se te meten por las sienes y
te liban, panchas… Sabiduría del desengaño, del
desamor, que aprende del vagabundear a regresar, más allá de
llanto o no llanto, más allá del infinito efímero de la
celebración, en un rocío invicto que de amor va renaciendo...
(...)
Chaia
cumple tres años hoy, el mismo día en que este año finaliza el
"carnaval"...
Seguramente
alguien pensará que es inútil, o loco, pero me acerqué, le agarré
su cabecita y le dije: "¡Chaia!...¡feliz cumpleaños!"...
Ella jadeó un par de veces; reteniendo el aliento me miró
fijamente, en varios tiempos, en varios brillos; se acercó más, me
olió un beso; y soltándose con suavidad de mis manos finalmente se
alejó, meneando todas sus colas...
Junín, 9 de febrero de 2016
No hay comentarios.:
Publicar un comentario