miércoles, 15 de abril de 2015

El Patio

Escribía Borges: "el patio es el declive por el cual se derrama el cielo en la casa"... Y la noche de su patio, aupada en su poema, trepó para siempre al cielo de la poesía, donde "serena, la eternidad espera en la encrucijada de estrellas"...

Esta tarde, desde un cielo también encausado, el sol se derramó en mi patio... Animado, vivaz, ansioso: se abrió camino entre las nubes, y esquivando las losas umbrías, se precipitó en la hierva, sediento. 
Y siguió en su búsqueda... siguió, hasta encontrar sosiego en el pañuelo rugoso y escurridizo de la piel crepitante de la pequeña pileta, azotada por las rachas de un módico pampero...

Los reflejos rebotan en el agua y terminan cosquilleando las ramas bajas del jazmín, generando en ellas, y en el muro desnudo que les hace de telón, un juego de luces que danzan y danzan, cruzando sus curvas en un carnavalito pentagramático y silencioso. 
El jazmín se inclina, casi reverente, sobre uno de los costados de la pileta, y, como conmovido por las cosquillas del sol, con un rumor apenas audible, suelta en lo alto sus mariposas amarillas en flor, que también se agitan.

Bailan juntos, destellos y flores, dialogando al son de una misma danza, estroboscopismos del mismo viento que las mueve bajo la batuta del sol. 
Sinfonía mustia de éste lánguido enero; juego de brillos inaccesibles y de amarillos terciopelos arrebatados al verde, que hamacan juntos la tarde del estío. 
Son atonal que me acuna, más que perecedero, casi inexistente, y que sabe a pequeña eternidad....

Me dejo llevar, me abstraigo y cuando vuelvo ese son arrojó mi mirada en el viejo sillón solitario que descansa desnudo en cualquier lugar del patio... Ese sillón de hierro, legado de mi madre, que amaneció allá entonces, en algún tatarajardín, me observa cómplice, desde sus miles de horas-patio familiares, desde todos sus colores y aromas, desde sus tibiezas y tormentas.
Despojado esgrime su ámbito, su dominio, que aloja tanto al descanso del transcurrir, como al transcurrir del descanso.

Sus hierros son ahora testigos de estos momentos de veraniega soledad, como lo fueron de otros de bullicio y compañía... Participaron de charlas que sé, aunque desconozco; de tertulias que conozco y que adivino porque no sé... Y seguramente serán también testigos, mañana, de tantos otros encuentros, desconocidos e ignotos, en los cuales nuevos cuerpos, futuros, en sus ángulos amables desparramarán sus nombres.
Adivino el perfil de esas siluetas, las intuyo acariciando, sin la menor consciencia, como eternamente se viene haciendo, como siempre hago, la curva final de ese singular apoya-brazos: mimos que él acopia sin intención alguna, de chiripa, por sólo estarse ahí...

Pura ocasión y tiempo, de repente ese sillón esconde un pequeño tesoro, se transforma en un arcón de relatos, de imágenes y mimos, que ahora siento, tontamente: para mí... Me dejé llevar por ellos, y los reflejos del agua en el lienzo rústico de las ramas bajas del jazmín pasaron a ser música y telón, trama y urdimbre, de las historias que el sillón me murmura en su silente bulla de hierro... 
¡Ay!...

Hay objetos que se yerguen sobre nuestra tarde cansina y la estiran, la extienden... La guardan y la entrecruzan; la propician y la contienen; en fin, la estremecen y la entremecen.
Y entonces, ese sillón resulta más memoria que la memoria, si un humus fértil con el que abonar los almácigos de nuestra historia es lo que de ella reclamamos.

Hualcupén, la laguna y su río



En Hualcupén el tiempo no pasa...
manso rebaño de pausas, 
pace.

La siesta se distrae entre los pehuenes y cae, 
pluma, 
en el día futuro.

Nuestra hora va y se pierde entre las rocas,
múltiple, brillante, azarosa,
y nace el arroyo de lo que su piñón transpira...

blando, 
manso, 
ese néctar baña aúnes...

mientras 
su correr, que no arrolla, 
hace lugares.

Nada de lo que toca llena,
nada queda vacío.